no sabes qué decir
a las cosas caídas que se cruzan contigo
ni cómo se alojaron
en tu alcoba
con su lengua de hule,
no sabes la sonrisa de la araña
ni tampoco te importan los glaciares,
te acuerdas
de otra casa dentro de ti,
otras veces,
cuando estar sola sólo era alumbrar
un arco iris
o simplemente ser un árbol,
cuando, con otra voz, los lápices
decían la mudez
del espliego
y no existían ojos recortados
ni muñones,
cuando despacio criabas a tus hijos
y la casa era bella
y la casa era bella
y era isla sublevada a la penumbra
y el cuerpo, entonces sí,
hallaba las palabras.
foto: roger ballen